miércoles, 24 de septiembre de 2014

Educando la alimentación

Hoy traemos al blog una invitada. Se trata de nuestra colaboradora en la Escuela de Padres con talento Griselda Herrero doctora en Bioquímica y Dietista- nutricionista. Ha escrito un artículo sobre cómo educar la alimentación que queremos compartir contigo:


Ser padres no es una tarea sencilla y conlleva una responsabilidad que va más allá de nosotros mismos: EDUCAR a nuestros hijos. Y digo EDUCAR, en mayúsculas, porque son palabras mayores. EDUCAR no consiste en perfilar la personalidad sino en transmitir una serie de valores, de formas de ver y vivir las cosas. No se trata sólo de hacer que el niño aprenda algo que no sabe (y que en la mayoría de los casos, aprendería sin nuestra ayuda; y si no sólo hay que dejar a un niño de 2 años, o incluso menos, con cualquier aparato electrónico y ver cómo lo maneja mejor que nosotros en mucho menos tiempo del que aprenderíamos a encenderlo). EDUCAR a un hijo supone ser un modelo de identidad, un ejemplo a seguir para él, alguien de quien aprender los principios que nos acompañarán en el camino de la vida. Dicen los expertos que los primeros años de la vida del niño son los más importantes en el desarrollo de su personalidad. En este sentido, me gustaría puntualizar que si bien es cierto que es la edad en la que las neuronas tienen mayor plasticidad (es decir, cuando más se puede absorber y, por tanto, aprender), las vivencias y experiencias que se tienen a lo largo de la vida son las que nos moldean y nos hacen ser, finalmente, quienes somos.



Los padres tratamos siempre de darle lo mejor a nuestros hijos (a veces, incluso, nos pasamos un poco) e intentamos hacerlo de la mejor forma posible (con la duda de si lo estaremos haciendo bien). No se trata de hacerlo bien o mal, se trata de hacerlo a conciencia. Cuando educamos, les enseñamos a respetar a los demás, a contar, a reírse de sí mismos, a ser educados (valga la redundancia) y a muchas otras cosas de las que no nos damos cuenta. Educamos las 24 horas del día, pues desde que nacen nuestros hijos nos convertimos para ellos en alguien a quien imitar. Ellos son nuestros principales espectadores, por lo que, sin ser conscientes, les estamos transmitiendo muchas más cosas de las que pensamos. Y entre esas cosas se encuentran los hábitos alimentarios.

Las conductas que tenemos en relación a la alimentación son copiadas por nuestros hijos y adoptadas como hábitos: comer en familia compartiendo las experiencias del día o viendo la televisión en silencio; sentarse a disfrutar del desayuno o desayunar de pie y a toda prisa; comer de forma variada o recurrir a “comidas rápidas y fáciles” que no nos hagan “perder tiempo”; implicar a los niños en todo lo relacionado con la alimentación (elaboración de comidas, hacer la compra, poner la mesa, etc) o mantenerlos totalmente al margen; y un largo etcétera. Si a nosotros nos importa la salud y la alimentación, a nuestros hijos también les importará. Por regla general, si los padres comen de todo, los hijos también lo hacen, lo cual no quiere decir que les tengan que gustar los mismos alimentos. Se ha demostrado que la educación alimentaria empieza desde el embarazo y la lactancia, ya que el feto se alimenta de lo mismo que la madre y es capaz de reconocer sabores a través del cordón umbilical y de la leche materna. Uno de los grandes problemas en los niños a la hora de comer es la escasa variedad de alimentos que toman a lo largo de la semana: muchos niños rechazan productos por desconocimiento. Por lo tanto, la variedad de alimentos de la madre durante esos periodos favorece la aceptación de mayor número de alimentos en el niño. Hay estudios que muestran que ofrecer pequeñas cantidades de verduras y frutas en trozos pequeños (adaptados al tamaño de la boca del bebé y con la textura adecuada) desde que se inicia la alimentación complementaria (4-6 meses), aumenta la tolerancia a estos grupos de alimentos, además de fomentar la habilidad de comer solos, cosa que les encanta (y que muchas veces no les permitimos desarrollar por sí mismos).


Respecto a los problemas que la mala alimentación y los inadecuados hábitos alimentarios provocan en los niños hay que destacar la obesidad infantil. En España, cerca del 30 % de niños (de 3 a 12 años) y del  40 % de adolescentes (de 13 a 17 años) está por encima de su peso saludable, según la Encuesta Nacional de Salud del Ministerio de Sanidad. Son cifras alarmantes que traen consigo multitud de consecuencias que pueden dejar secuelas difíciles de revertir: problemas óseo-articulares, alteraciones del sueño, trastornos cutáneos, alteraciones metabólicas (diabetes, dislipemias, colesterol, hígado graso), hipertensión arterial y otras enfermedades cardiovasculares, trastornos de la conducta alimentaria (anorexia nerviosa y bulimia), fatiga o cansancio, y alteraciones psicológicas (depresión, aislamiento social, baja autoestima, decaimiento, desgana). A todo esto hay que añadir que la probabilidad de que un niño obeso lo siga siendo en su edad adulta es del 70-80 %. La obesidad es una enfermedad multifactorial, originada por factores genéticos, factores endocrinos y factores ambientales, entre los que se encuentran la dieta y el ejercicio físico. Actualmente, la ingesta de la población infantil dista bastante de las recomendaciones alimentarias, tanto en cantidades (es decir, de energía medida en kcal) como en proporciones (grasas, proteínas e hidratos de carbono).




Esto se debe al ambiente obesogénico en que vivimos y que contribuye a la adquisición de hábitos no saludables: publicidad de ciertos alimentos dirigida a niños, escaso ejercicio físico, consumo de alimentos muy calóricos y con pocos nutrientes, abuso de la televisión u otros aparatos electrónicos que fomentan el sedentarismo, despreocupación general por la salud y la correcta alimentación, etc. En este sentido, los padres y educadores tenemos una gran responsabilidad y contribución: no basta con decir lo que deben hacer o cómo hacerlo, debemos hacerlo nosotros para que ellos lo vean. Se aprende por emociones, no por palabras, por lo que si realmente nos preocupa la salud y disfrutamos con la comida, estamos enseñando mucho más que diciendo lo sano que es comerse una manzana. Los ambientes que rodean a nuestros hijos (padres, profesores, familia, etc.) son de vital importancia en el establecimiento de conductas alimentarias adecuadas: somos un ejemplo para ellos. Por lo tanto, si en casa o en la escuela hay buenos hábitos alimentarios y de salud, estamos educando a nuestros hijos a alimentarse bien y a estar sanos, casi sin esfuerzo. Padres sanos, hijos sanos. Podemos empezar por ahí, aunque esto es tarea de todos.



“Las palabras mueven, pero el ejemplo arrastra”
Arturo Ramo García. Inspector de Educación.

Griselda Herrero Martín
Doctora en Bioquímica y Dietista-Nutricionista (Colegiada nº AND-336)
Twitter: @NorteSalud
Facebook: Norte Salud Nutrición
www.nortesalud.es

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